Rodeado de dos mil doscientas ochenta y dos personas se
encuentra el hombre más solo, allí sentado, nauseabundo, con la mirada pérdida
como de quien no sabe en dónde está.
Alguna vez también fue niño
y no era tan solitario, normalmente se sentaba junto a su pájaro “pachito”
con quien tenía el gusto de conversar cientos de minutos al día. Era triste,
pues aquel pájaro solo estaba allí porque no podía volar, él no era como las
personas que van y vuelven cuando quieren,
él estaba obligado a permanecer junto al hombre solitario. Sin más qué hacer,
aquel pájaro se adaptó a estar junto
aquel hombre cientos de minutos al día y cuando el hombre no podía, el pájaro
cantaba en su búsqueda. Eran tal para cual, los dos tenían restringido la esencia
de su existencia, ni volar, ni amar.
Aquel hombre sigue perdido, sigue angustiado y solitario,
las personas que conoce pasan a su alrededor día y noche, atormentando sus
sueños y antojando sus tristes tardes, él sabe que por dónde camine no
encontrará a nadie más que advierta de su existencia aunque sea querido por doscientas
ochenta y dos personas.
Es triste verlo cruzar caminos que terminan en barrancos, un
salto al vacío es la única forma de escapar de ellos y dejar atrás los pájaros
sin alas que aclaman por él, dejar morir los sentimientos que por segundos él
despilfarro como quien no tiene con quien compartir su fortuna.
Él busca algo, él busca cortar sus alas para amar el resto
de su vida.
Ecr
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